Sobre el origen de la palabra Falange
Falange significa literalmente “leño”. Lo normal era
que los griegos dispusiesen a sus tropas en filas, de hasta 8 de profundidad,
de forma que hasta los hombres de la última tuvieran oportunidad de luchar.
Epaminondas, general tebano, innovó la formación creando una columna, en la
parte izquierda, de 50 filas. La idea era que funcionase como un ariete,
penetrando en las líneas del enemigo. Parece ser que funcionó exactamente como
esperaba pues con ella derrotó muchas veces a los espartanos.
Pelópidas y sus travelos tebanos
Este es uno de los episodios más hilarantes que me
he encontrado. Los comandantes espartanos, que entonces dominaban la península
griega, celebraban un festín. Pelópidas junto con un grupo de soldados tebanos
se disfrazaron de mujeres y se colaron en la fiesta.
En el último momento un traidor les delató
entregando a un espartano una nota “relativa a un asunto urgente”, pero el
general la despachó sin leerla diciendo “Los asuntos para mañana.” Pelópidas y
sus soldados travestidos atacaron, cogiéndoles totalmente desprevenidos, y
liberando la ciudad.
Sobre Dionisio de Siracursa
Se cuentan sobre él 3 historias bastante conocidas:
La espada de Damocles.
La
primera menciona a Damocles, un cortesano que envidiaba el poder y la buena
fortuna de Dionisio. Dionisio le preguntó si deseaba ser tirano por una noche y
Damocles aceptó gozosamente. Esa noche se sentó en el sitio de honor de un gran
banquete y, casi de inmediato, observó que la gente miraba fijamente hacia un
punto situado por encima de su cabeza. Al levantar la vista vio una espada
colgando de un pelo de crin de caballo justo por encima de él. Dionisio le
explicó que su vida estaba siempre amenazada y que si Damocles quería ser
tirano durante una noche, debía soportar la amenaza durante todo el banquete.
La campana de Dionisio
Se dice que Dionisio mantuvo el poder gracias a una vigilancia sin descanso
(pues no faltaban enemigos que quisieran asesinarle). Su habitación se había
construido en el extremo estrecho de una cámara con forma de campana, con la
prisión para disidentes al otro lado. Gracias a la genial acústica podía oír
desde sus aposentos cualquier conversación que tuviera lugar en la prisión y
enterarse de las conspiraciones contra él. Otra versión más oscura dice que el
objetivo de la cámara era amplificar los gritos de sus prisioneros cuando eran
torturados.
La amistad de Pitias y Damón
La última historia trata sobre Pitias, un hombre
condenado a morir ahorcado. Pidió a Dionisio unos días para poder poner en
orden sus asuntos y despedirse antes de morir y un amigo suyo, Damón, se
ofreció como rehén mientras Pitias estuviese fuera. Llegó el día de la
ejecución y al no haber señales de Pitias se dispusieron a ejecutar a Damón.
Cuando le estaban poniendo la soga al cuello se oyeron unos gritos. Era Pitias,
que había sufrido un retraso inevitable y galopaba lo más rápido que podía para
que le colgaran a él. Dionisio quedó tan impresionado por esa muestra de
amistad que le perdonó la vida, diciendo que ojalá él tuviera amigos así de
leales.
Demóstenes, Esquines y el origen de la palabra "Filípica"
Fue el orador más grande que conoció Atenas. Pero no
nació con talento natural, se forjó a sí mismo a base de esfuerzo. Se afeitaba
sólo una parte de la cara, para obligarse a permanecer encerrado estudiando.
Copió a mano 8 veces la obra de Tucídides para aprender bien su estilo. Tenía
algún tipo de impedimento en el habla, que solucionó metiéndose guijarros en la
boca para forzarse a pronunciar con claridad. Y también solía declamar en la
costa para desarrollar una voz potente y clara y hacerse oír por encima de las
olas.
Durante toda su vida se opuso fieramente a Alejandro
Magno y su padre, Filipo. Pronunció 3 grandes discursos en su contra, azuzando
al pueblo de Atenas para que se unieran contra él. Son las conocidas
“Filípicas”.
En 330AC Atenas le premió con una corona de oro, en
honor a los servicios prestados. Esquines, otro orador que no estaba de acuerdo
con él, se levantó y pronunció un discurso magistral en su contra. Lejos de
amilanarse, Demóstenes le replicó con su disertación “Sobre la corona”.
Esquines se vio obligado a abandonar Atenas. Se
retiró a Rodas y pasó allí el resto de su vida dirigiendo una escuela de
oratoria. Se cuenta que un estudiante, al leer aquel discurso de Esquines
contra la corona se preguntó cómo era posible que hubiese perdido el duelo.
“¡Ah! -respondió Esquines -, no te maravillarías tanto si hubieses leído la
réplica de Demóstenes.”
Origen de la expresión “Victoria pírrica”
Pirro fue el rey del Epiro hacia el 275AC. De
carácter belicoso, se ofreció como mercenario al mejor postor. Tarento, ciudad
del sur de Italia, le pidió ayuda para librarse de ciertas tribus norteñas,
inusualmente organizadas, que le estaban atormentando. Eran los romanos.
Pirro llevó su ejército con elefantes y gracias a
ellos (los romanos nunca habían combatido contra algo así), consiguió varias
derrotas. Pero los romanos estaban aprendiendo. En una de las batallas alguien
felicitó a Pirro por su victoria y éste contestó: “Otra victoria como ésta y
estoy perdido”. Una victoria pírrica es aquella obtenida con tantas pérdidas
que casi equivale a una derrota.
En la siguiente batalla los romanos, que ya cogieron
el truco a los elefantes, les dispararon flechas en llamas. Los paquidermos,
presas del pánico, se volvieron y huyeron arrasando a su propio ejército.
Pirro abandonó sin más miramientos Italia y siguió
guerreando en otras partes. Pero no murió en batalla sino en la calle. En Argos
una mujer le tiró una teja a la cabeza.
Sobre el peligro de ser amigo de Pericles.
Pericles tuvo muchos enemigos que, como no podían
derrocarle, la emprendieron contra su allegados.
A Fidias, escultor del Partenón, le acusaron
de apropiarse indebidamente fondos destinados a la construcción de la obra y de
sacrilegio, pues (decían que) sobre es escudo de Atenea incluyó retratos de sí
mismo y de Pericles. Murió en prisión mientras se celebraba el segundo juicio.
Anaxágoras, filósofo presocrático, fue
maestro y amigo de Pericles. Creía que los cuerpos celestes estaban formados
por los mismos materiales y obedecían a las mismas causas que la Tierra. Las estrellas
y los planetas, decía, eran rocas en llamas, y el Sol, en particular, según
creía, era una roca caliente al rojo blanco más o menos del tamaño del
Peloponeso.
Le acusaron de herejía (negaba la existencia del
dios Helios). Pericles logró, empleando toda su influencia para ello, que le
absolvieran. Anaxágoras, sintiéndose inseguro en Atenas (con razón) abandonó la
ciudad y se retiró a Lampsaco donde vivió el resto de sus días.
Protágoras, el mejor de los sofistas, fue el
primero en analizar cuidadosamente la lengua griega y en elaborar las reglas de
la gramática. Cuando ya tenía 70 años le acusaron de ateísmo, por poner en duda
públicamente la existencia de los dioses. Fue desterrado de Atenas y, mientras
se hallaba en camino a Sicilia, se perdió en el mar.
Anábasis – La
expedición de los 10.000
Encuentro esta historia impresionante. En el 404AC
muere Darío II, rey de reyes persa. Le sucede en el trono Artajerjes II, su
hijo mayor. Ciro el Joven, el hermano pequeño, conspira contra él. En Grecia
recluta un ejército de 10.000 hombres y se adentra con ellos en territorio
persa, buscando enfrentarse a su hermano.
Ambos ejércitos se encuentran en Cunaxa, a 140km de Babilonia. La
batalla le es favorable pero Ciro se impacienta, carga contra su hermano (bien
protegido por la guardia real) y muere en el intento.
Los 10.000 griegos están a 1.700km de su patria, con
el hombre que les iba a pagar muerto y completamente rodeados de enemigos. Los
persas, que acababan de ser derrotados pese a superarles varias veces en
número, no se atreven a atacar. Envían un emisario en busca de los generales
griegos para firmar un armisticio, pero cuando éstos acuden a las tiendas persas
les traicionan y asesinan a todos.
La situación para los griegos, ahora que se han
quedado sin comandantes, pinta aún peor. El sátrapa persa no les ataca; está
convencido de que los soldados se unirán al ejército persa o, en el peor de los
casos, se disgregaran en pequeñas bandas con las que podrán acabar con
facilidad. Pero en vez de eso Jenofonte tomó el mando.
No podían volver por donde habían venido porque los
ejércitos persas bloqueaban el camino. Así que decide marchar hacia el norte,
siguiendo el curso del Tigris, defendiéndose sin problemas de los ataques
persas y las tribus que se encontraban. Después de 5 meses consiguen llegar a
la costa del Egeo, plagada de ciudades comerciales griegas, y de allí logran
volver a casa.
Jenofonte escribió la Anábasis, o “marcha al interior”, narrando su aventura.
Había logrado lo inimaginable: un pequeño contingente de griegos, aislado a 1.700 kilómetros en el interior de Persia, se había desplazado prácticamente a voluntad por sus dominios y había salido de ellos sano y salvo. Su éxito, además de demostrar la innegable superioridad militar de los griegos sobre los persas, demostró que
era posible una expedición a las tierras del Gran Rey.
A Agesilao, el rey canijo y cojo de Esparta, le brillaron los ojos al enterarse. Reclutó a cuantos pudo de los 10.000 y marchó dispuesto a conquistar Persia. Lejos de salirle bien acabó perdiendo el dominio espartano sobre Grecia y hundiéndola en la
miseria.
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